DEPORTISTAS DE ÉLITE. EL MALDITO DÍA DESPUÉS.

DEPORTISTAS DE ÉLITE. EL MALDITO DÍA DESPUÉS.

Desgraciadamente, el reciente fallecimiento de Blanca Fernández Ochoa, ha vuelto a poner de actualidad, el ya viejo debate sobre la soledad con la que se topan los deportistas de élite, cuando acaban con su etapa de competición, y tienen que buscar una nueva ocupación para su vida. 

He leído opiniones de amigos, familiares, conocidos, deportistas, exdeportistas, e incluso algún político. Algunas de ellas, a mi modo de ver, más acertadas que otras.  Unas buscan culpables, y  otras los encuentran.

Sin embargo, en todas ellas, se puede extraer un par de notas comunes. La primera, la necesidad de hacer algo. Ya son demasiadas las víctimas de la frustración. La segunda, el responsabilizar únicamente a la Administración, por no saber “gestionar el problema”.  Como si fuesen las instituciones, las únicas que tuviesen la obligación de “ocuparse” del deportista al finalizar su carrera deportiva. Afirmación ésta, con la que no estoy en absoluto de acuerdo.

Para resolver un problema, lo primero que hay que hacer es identificarlo. Ir a la raíz. La mayor parte de opiniones, parecen situarlo en el momento en que el deportista acaba su etapa como competidor, y se enfrenta al mundo profesional fuera del deporte. 

A mi modo de ver, el problema se produce mucho antes. Durante la “vida deportiva” del atleta. Hablando siempre en términos generales, el deportista de élite llega al final de su carrera deportiva, sin los instrumentos necesarios para afrontar “el día después”. 

La primera pregunta que hay que hacerse es, ¿cómo se hace un deportista de élite?. Para ilustrar la respuesta, podemos describir las vidas paralelas de dos personajes ficticios, uno deportista, y el otro no. La deportista será Blanca, y Juan, el no deportista. Durante la niñez, las vidas de Blanca y Juan, serán idénticas. La única diferencia que podrá percibirse, serán las inquietudes de ambos. Normalmente Blanca mostrará más inclinación por las actividades de tipo físico que Juan.   

A los 6 ó 7 años, Blanca, comenzará a desarrollar sus aptitudes hacia el deporte, e incluso escogerá ya alguno. Desde entonces, y hasta los 12 años, lo normal será que Juan, incluso escoja también el suyo, y sea compañero de Blanca. Sus vidas continúan siendo paralelas. 

En la adolescencia, es cuando comienzan las diferencias. Tanto Blanca como Juan, continúan estudiando, y practicando deporte, pero Blanca, ya destaca sobre los demás. El entorno, (familia, entrenador, colegio, club …), detectado el talento, comienza a preparar caminos distintos, para Blanca y Juan. 

Finalizados sus estudios obligatorios, las vidas de Blanca y Juan, se separarán definitivamente. Blanca incrementará su dedicación al deporte, en detrimento de sus estudios, o de su trabajo. Ni lo uno, ni lo otro, son fáciles de compaginar con el deporte en nuestro país. La vida del deportista es corta, y es aquí donde comienza. “Si quieres ser la mejor, éste es el momento. Siempre podrás estudiar, o trabajar, pero tu carrera deportiva es ahora o nunca”, le dirán, no faltos de razón. 

Juan finalizará sus estudios, e ingresará en el mercado laboral. Mientras tanto su amiga Blanca, está en el cénit de su carrera deportiva, es el centro de todas las miradas de su entorno, y rellena su vida de horas y horas de entrenamiento, buscando la excelencia en su modalidad, la ansiada medalla. 

Entre los 25 y los 30 años, Blanca llegará al final de su carrera deportiva. Dejará el mundo de la competición. Los focos se apagarán para ella, e ingresará en un mundo que desconoce por completo. Ahora se enfrenta a unos competidores, que llevan preparándose, o incluso, ejerciendo sus profesiones (“entrenando”) desde hace 10 años. Le llevan 10 años de ventaja. Pasa, en un instante, del cielo al averno. De la primera posición en la fila, a la cola. Todo ello, normalmente, sin acompañamiento. Ya no está su entrenador, ni su fisio, ni su médico, ni el psicólogo. En su nuevo mundo, han cambiado las miradas de los demás. Ya no percibe el brillo que veía en ellas. Ahora percibe, en el mejor de los casos, indiferencia, y en no pocas ocasiones, desprecio. 

El deportista de élite, no tiene un interruptor de competición. Nunca deja de competir, lo que sucede es que ahora la distancia con los demás rivales es demasiado larga, y aparece la frustración, la depresión, y en algunos casos, los desenlaces fatales. 

Está bien ayudar al deportista de élite en el momento en que deja la competición, pero esa, en mi opinión, no es la solución al problema. No se trata de buscarles un empleo, y decirles “ánimo campeón”. Hay que facilitarles instrumentos para que compaginen el deporte con su formación académica o profesional. También el deporte deja tiempo para otras cosas. Hay que ayudar a que Blanca, a sus 15 ó 16 años, cuando decide dedicarse en cuerpo y alma al deporte, piense que su vida deportiva es muy corta, y que desde hoy tiene que preparase para un futuro sin deporte. Hay que exigir a la Administración que haga más fácil para los deportistas en “construcción”, conciliar el deporte con su formación profesional. Pero hay que exigírselo no sólo a ésta, sino también a las familias, los clubes, las federaciones, etc. 

Por último, no hay que perder de vista, que el deportista de alto nivel, es una persona que ha sabido explotar sus virtudes, y ha alcanzado la excelencia en su profesión, el deporte. Y ello, no sólo merced a sus aptitudes físicas, sino también, por su capacidad de trabajo, de sufrimiento, de superación, de concentración, de fortaleza mental, de liderazgo, de trabajo en equipo (hasta en los deportes individuales, pues nadie llega sólo a la cima). Aptitudes todas ellas que le van a acompañar el resto de su vida, y que son, o deberían ser, por otro lado, las más demandadas en un mercado laboral, que curiosamente se convierte en su mayor enemigo.

Una sociedad cada día mas falta de talento, no puede permitirse peder el que ya tiene. Nuestra sociedad tiene que aprovechar esos valores, esas aptitudes para contagiarse de ellas, pues ello nos hará crecer a los demás, y esa tarea es de todos, de la administración, pero también de las familias, los clubes, y las federaciones. 

Javier Pérez Villa. 

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